
“Esta música no viene de arriba, viene desde abajo, viene de dentro de la tierra, no es una casualidad que toda una revolución sobre cómo pensamos y sobre el género y la sexualidad haya ocurrido en los últimos 50 años, porque ha habido muchísimo arte al respecto, David Bowie nada menos. Se ha dado todo un diálogo, realmente, sobre cómo la gente podía ser, sobre quién te era permitido ser”
BRIAN ENO
Por: César Londoño
La música se acelera por momentos y un baile en principio infantil se va tornando cada ves más oscuro. El techno infeccioso lo va inundando todo con un set tan impecable como inaudito. Cuerpos y cabezas se mueven a un ritmo que va en aumento al tiempo que las imágenes que arrojan las pantallas gigantes invaden cada rincón de aquel espacio de deseos discretos y electrónica subterránea. A medida que se aceleran los beats parece que el tiempo corre más de prisa y el baile crece a raudales.

Yo, sin embargo, atravieso a cámara lenta el largo camino que me separa de aquella mesa de mezclas, recorro cada metro, veo cada rostro, puedo distinguir cada beat y contemplar cada fotograma que penetra en mis ojos. Este plano-secuencia parece no terminar nunca, todo resulta inspirador y en apenas algunos pasos habré superado el largo camino tribal, que me permitirá ingresar al foso donde nos colocamos los fotógrafos durante los primeros minutos del concierto, para estar en pleno vis à vis con la alemana Helena Hauff, la residente de culto del mítico Golden Pudel Club de Hamburgo y el prestigioso Dj británico Ben UFO. ¡Demasiado lujo para una sola noche!, que comienza con esta, una de las aleaciones más excitantes y ácidas que se pueden ver hoy en día en la música electrónica.
Mientras recorro lentamente el camino de vuelta, contemplo ese retrato que me mete de lleno al siglo XXI;; un territorio complejo con un paisaje que va más allá de lo sonoro y donde miles de personas buscan, a través de la cultura audiovisual, un nuevo paradigma donde la comunidad sea el impulso de la sociedad. Y el arte, el instrumento vehicular para llevar a cabo este objetivo. Melodías seductoras, imágenes arbitrarias y sombrías texturas se cruzan en mi camino a cada paso que doy haciéndome sentir que Ben UFO y Helena Hauff son apenas dos piezas sueltas de un verdadero cambio de época y de transformación cultural que lleva décadas gestándose.

Este es el mundo que las actuales generaciones están tramando a través del arte y la cultura contemporánea. Este colectivo, tiene una cita obligada en Barcelona, donde cada mes de junio, desde 1994, se crea un universo llamado “Sónar”, un festival que tiene en su esencia la música electrónica más experimental, esa que explora el trabajo intelectual y que se aleja de la música pensada únicamente para la pista de baile. El Sónar de Barcelona es la materialización de este cambio, ya que desde sus inicios ha aspirado a ser algo más que un simple espacio lúdico y de hecho ha trascendido incluso lo cultural, convirtiéndose en un espacio de expresión que se ha atrevido a rebautizar la música electrónica como “Música Avanzada”. Es el festival más exigente del calendario, ya que se presenta como una plataforma de lanzamiento de nuevos sonidos y para divulgar el trabajo de creadores que transitan en el ámbito de la música electrónica y el arte multimedia. Artistas cuyo trabajo va íntimamente relacionado a los nuevos descubrimientos tecnológicos y en la forma en que estos creadores los manipulan para construir paisajes sonoros. Así como las construcciones de Gaudí o los versos oscuros de Vázquez Montalban recorren las calles de Barcelona, los impresionantes set que le dedicó el Dj y productor irlandés Aphex Twin al Sónar en 2005 y 2011, quedarán para siempre grabadas como patrimonio inmaterial del la ciudad. Es aquí y gracias a estas performance de alto contenido tecnológico, donde ese cambio se hace patente, en la huella permanente que estas dejan en mis retinas y tímpanos.
He llegado al final de la sala, mientras bebo un poco de agua miro de nuevo la pantalla gigante, para ver por última vez al inglés y a la alemana desbordar sobre el escenario el techno reptante que los trajo hasta aquí. Todo esto es demasiado complejo, tan complejo como la descarga sonora que acabo de oír y el derroche visual que acabo de ver, pero así es el arte del siglo XXI, un mapa de fusiones y conexiones interminables, inexplicables.
Saco el programa de mano que tengo en mi bolsillo; veo muchos nombres, no conozco casi ninguno, lo vuelvo a guardar y sin perder un segundo me lanzo en la búsqueda del siguiente show. Estoy convencido que estos artistas; sintetizando nuevas fusiones entre la música digital y las artes visuales, son los responsables del cambio.
Sónar se propone descubrir discursos que experimenten con las nuevas corrientes del arte contemporáneo, pero lo que busca, más que alinearse con etiquetas, es colocar en sus escenarios a creadores que se enfrentan a los sonidos de su momento con un carácter especial, por lo mismo, no se puede definir al Sónar como un festival puramente musical.
Artistas como el francés Laurent Garnier, encumbrado en los altares del Techno a nivel mundial como una de las piezas clave en el reconocimiento de la música electrónica como lenguaje popular universal o jóvenes promesas como el madrileño Pional que ha sido capaz de crear un estilo propio entre el Pop y el Disco que lo han llevado desde el Sónar a girar por los cinco continentes, son los que permiten que el festival barcelonés prevalezca 23 años después de su creación. Porque Sónar siempre ha sabido estar por delante de las cosas que están por venir y por sus escenarios transitan creadores que cambian los paradigmas. El Sónar solo sirve de medio conductor para dar forma a una comunidad donde artistas, emprendedores y público giran alrededor de un solo vértice.

Los “Activistas Sónar” conocen muy bien lo que esperan encontrar en este aquelarre de lujo y sensualidad. Y saben que al penetrar a este universo no se entra en una dimensión desconocida, tan solo se accede al presente, a un mundo donde la acción importa mucho más que la intensión y la creación se lleva al límite a través de poderosas abstracciones visuales y sonidos hechizantes. No hay nacionalidades, la frontera importa dependiendo solo del ritmo que empujen sus vientos. En el Sónar conviven los sonidos ancestrales de siempre, lo único que cambia es su forma de ejecución, manipulación y fusión. Y en la forma en que Disc Jockey, remezcladores o compositores, las conviertan en texturas, beats o melodías que van directo al corazón y a los pies.
Y así, saltando de show en show, conociendo los entresijos de la fiesta del más alto nivel, recorriendo la exuberancia de ritmos, las texturas más imaginativas y las estructuras más dispares de la electrónica del siglo XXI, cada año, cuando el Sónar cierra sus puertas, regreso a casa tratando de entender porqué es tan importante. Luego de tres días interminables de sensaciones, llega la hora en que los decibelios descienden casi al mínimo. Yo mientras tanto, guardo mi cámara y me dispongo a volver a casa, tratando de ordenar en mi cabeza toda la información que me han dejado 72 horas seguidas de música electrónica y activismo digital. Este recorrido corrosivo de sonidos e imágenes me transportan al principio de todo, a la hora cero de un Sónar que termina. Hasta la silla de un auditorio donde me veo al frente del genio excéntrico que me ha permitido descifrar en 50 minutos, los 16 años en que vengo asistiendo al festival sin interrupción. No hay música, ni luces, ni imágenes proyectadas, solo el juego de las palabras que anteceden a la fiesta. Brian Eno, el último gran héroe que le queda a la música contemporánea, llegó a Barcelona, para alertarnos que si no tenemos en cuenta el Arte, sufriremos las “perversiones del pensamiento”. Sugestivo e instigador, este pensador, activista, compositor, músico y productor británico de 68 años, presentó en el Sónar la conferencia inaugural “Why we play?” un alegato para hacernos reflexionar que “el arte es donde recogemos el sentido de; en qué nos pondremos de acuerdo todos nosotros”. Y que la misión de un artista es crear objetos que pertenezcan al mundo en el que este artista quisiera vivir. Esto es lo que hace necesarios para la época en que vivimos eventos como el Sónar, porque la importancia de estar aquí y de recorrer esta fiesta es sin duda; porque el Sónar pertenece al futuro y sus artistas “están lanzando sus creaciones hacia delante, para luego arrastrar el presente hacia él” desde sus creaciones.

Todo lo que sucede dentro de la galaxia Sónar -la música electrónica, el arte multimedia, el Hacktivismo, las video instalaciones, el intercambio entre emprendedores, creadores y público- son el reflejo de la sociedad actual y lo que las generaciones presentes quieren, para entender que el arte no puede ser tratado como una especie de extra o accesorio lujoso.
Quizá a vuelo de drone, el Sónar no pase de ser una rave cualquiera donde miles de personas bailen sin parar, pero es gracias a experiencias culturales como estas, que nos ponemos de acuerdo en la percepción que tenemos de cómo son las cosas.
Barcelona, agosto de 2016